Mi mejor herencia

Recientes acontecimientos en mi vida me han llevado a pensar, a recapacitar (en silencio, como siempre acostumbro a hacerlo) y a aprender de las experiencias vividas. Lo que detallo a continuación no es más que una conversación con mí mismo y las conclusiones que extraje (que, dicho sea de paso, considero válidas para todo el mundo).

En primer lugar, siento la imperiosa necesidad de estar agradecido a mi herencia (en este caso, paterna) por los valores éticos que se han asentado en mí. Siempre he pensado que aprendí la palabra "perdón" de mi padre, y la palabra "trabajo" de mi madre (mi conducta ética y académica se la debo, en gran medida, a ellos). Centrándonos en los valores éticos que mi padre me ha transmitido desde siempre, reflexioné sobre el perdón, el arrepentimiento y los motivos por los que se producen; ¿cuando es verdadero o necesario un perdón?, ¿por qué lo hacemos?, ¿es decisión nuestra o ajena?... y divagaciones similares.

A mí me educó en este aspecto mi padre, y a él, mi abuelo. Tras meditar un poco, me doy cuenta de que el perdón debe ser elección de uno mismo, libre y en conciencia. El perdón por presión o por factores externos, acaba pudriéndose (de eso entiendo un rato). Es importante reflexionar sobre los errores que uno mismo comete (porque sin autocrítica no se va a ningún lado); en muchos casos un exceso de orgullo, o una subida de testosterona nos puede llevar a pensar que es la otra persona quien nos debe una disculpa cuando realmente es uno mismo quien se equivoca.

Pero no siempre es uno mismo quien se equivoca, a veces (aunque sea una vez de cada millón) uno puede tener razón; ¿cómo podemos saberlo?... pues siguiendo una máxima que también me enseño mi padre: la libertad de uno termina donde empieza la del otro. Esta regla de oro, que es casi una ley física de la convivencia social, nos ayuda a distinguir en este caso si nos hemos equivocado o no.

Hay que estar dispuesto a perdonar. ¿Siempre?. Mi respuesta a esta pregunta, tras un tiempo de elucubraciones, es que no. No hay que perdonar a quien no rectifica sus errores, o a quien no quiere darse cuenta de ellos. No hay que perdonar a los reincidentes. No hay que perdonar a quien coarta tu libertad ni la de los tuyos. Hay acciones y personas que, para mí, ya están más allá del perdón; porque rompieron esta regla de oro, pasaron la línea o escupieron sobre ella. No hay que tener miedo en este caso a la disputa, si no se posee un carácter recio la vida acaba pasándote por encima. Puede que este pensamiento suene un poco radical, yo mismo lo pensé... y también llegué a conclusiones: en la vida, haremos cosas de las que los demás se sentirán orgullosos; y haremos cosas de las que los demás se sentirán avergonzados... y no podemos evitar eso, porque somos personas. No debemos buscar siempre la aprobación de los demás en todo lo que hacemos, viviríamos una falsa vida.


No hay que temer a los errores.
Es a no aprender de ellos a lo que hay que temerle.